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QUO VADIS

diendo el Circo no se permitió al pueblo acudir á salvarlo ó á extinguir el fuego. A mis propios oídos llegó, en medio del incendio, el eco de un millar de voces que gritaban: «Muerte al que intente salvar! Y había individuos que corrían por la ciudad en todas direcciones aplicando antorchas encendidas á los edificios. Y por otra parte, el pueblo se está sublevando y se oyen á porfía gritos de que el incendio de Roma ha sido decretado. Nada más puedo decir. ¡Ay de la ciudad, ay de todos nosotros y ay de mi!

Imposible es la lengua del hombre para describir lo que allí está sucediendo!

La gente perece entre las llamas ó se mata en medio del tumulto. ¡Ha llegado para Roma su día postrero!

Y de nuevo repitió con dolorido acento: —¡Ay! ¡Ay de la ciudad, y ay de nosotros!

Saltó Vinicio á su caballo entonces y volvió á emprender la carrera á lo largo de la Via Apia.

Mas ahora se le hacía muy difícil, sin una verdadera lucha, el abrirse paso al través del río de gente y de la multitud de vehículos que afluían con procedencia de la ciudad.

Roma, devorada por una conflagración monstruosa, se presentaba ya ante los espantados ojos del tribuno.

De aquel mar de fuego y de humo venía un calor ho rrendo y el rumor clamoroso de los gritos de las víctimas no alcanzaba á dominar el chirrido crepitante de las llamas.

CAPÍTULO XLIII

Al aproximarse Vinicio á las murallas pudo convencerse de que era ya mucho menos facil que llegar hasta Roma, el introducirse al centro de la ciudad.

Haciase punto menos que imposible recorrer la Vía Apia á causa de los numerosos grupos que obstruían el paso.

Casas, campos, cementerios, jardines y templos: todo