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QUO VADIS

Las gentes que hablan acampadas no tenían voluntad de moverse, y los atropelladores no hallaban en su camino otra cosa que injurias y maldiciones contra el César y los pretorianos.

La multitud presentaba en algunos puntos un aspecto amenazador.

Vinicio oía de momento en momento voces que acusaban á Nerón de haber incendiado la ciudad.

Y se amenazaba de muerte al César y á Popea. En derredor escuchábanse los gritos de Sanniol» Histrio!» (bufón, histrión), «Matricidal» Algunos clamaban que era llegada la hora de arrojarlo al Tiber; otros, que Roma ha bia ya agotado la medida de la paciencia.

Por cierto que, al encontrarse un caudillo, estas amenazas habrían podido llegar á convertirse en abierta rebelión, pronta á estallar en cualquier momento.

Entretanto la rabia y la desesperación del pueblo volviase en contra de los pretorianos, quienes difícilmente lograban abrirse paso por entre la multitud, á causa de que el camino se hallaba interceptado por la multitud de fardos acumulados allí desde el principio del incendio, y de cajas, barriles de provisiones, muebles costosos, cunas, camas, carretones, llos de ropa y otros efectos.

Aquí y alli era necesario luchar cuerpo á cuerpo; pero los pretorianos vencían fácilmente á la inerme multitud.

Después de haber atravesado con mil tropiezos las Vias Latina, Numisia, Ardea, Lavinia y Ostia, pasando por delante de casas de campo, jardines, cementerios y templos, Vinicio llegó por fin á una aldea llamada Vicus Alexandri, más adelante de la cual cruzó el Tiber. En este sitio había más espacio abierto y menos humo.

Por algunos fugitivos, que ni siquiera allí escaseaban, supo que el fuego había alcanzado solamente á unas pocas calles del Tran iber; pero que evidentemente nada podría resistir á la voracidad de la conflagración; puesto que había gentes que de intento extendían y daban påbu,