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QUO VADIS

Por segunda vez, en un momento en que todo su espíritu se hallaba concentrado en Ligia, le contestaban esas horrendas voces como heraldo de infortunio, y como extraños presagios de un porvenir ominoso.

Pero esta impresión fué breve, porque el estruendo de las llamas, más terrible aún que los rugidos de las bestias feroces, lo indujo de manera imperiosa á poner su pensamiento en otra parte. Ligia no contestaba á sus llamamientos; pero bien podría estar desvanecida ó axfisiada en aquel edificio por tan inminente peligro amenazado.

Vinicio precipitóse al interior.

El pequeño atrium estaba desierto y lleno de humo.

Al llegar a la puerta que conducía á los dormitorios, distinguió la llama de una pequeña lámpara y acercándose á ella vió el lararium, en el cual había una cruz en vez de lares.

Debajo de ella ardía un cirio.

Por la cabeza del joven catecumeno atravesó con la rapidez de un relámpago el pensamiento de que aquella cruz le había enviado el cirio al favor de cuya luz acaso pudiera encontrar á Ligia. Así, pues, lo tomó en la mano y se dirigió á los dormitorios.

Llegó al primero; hizo á un lado las cortinas y conservando el cirio en las manos, miró en derredor suyo.

Alli tampoco había nadie.

Pero Vinicio estaba seguro de que aquel era el dormitorio de Ligia, porque sus vestidos se hallaban colgados en clavos en la muralla y sobre el lecho había un capitium, ó sea una camisa ó pieza ajustada de vestir que las mujeres llevaban inmediata al cuerpo.

Vinicio se apoderó de ella, la llevó á sus labios, y colocándola sobre el brazo, continuó su pesquisa.

La casa era pequeña, de manera que en pocos instantes pudo recorrer todos sus aposentos y aún la bodega misma.

En parte alguna encontró un alma.