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QUO VADIS

En ese propio instante una voz tranquila se alzó por sobre aquella prosternada multitud.

—¡Qué la paz sea con vosotros! —dijo.

Era la voz de Pedro el Apóstol, que acababa de penetrar en el subterráneo.

Al escuchar su sonido, el terror de los circunstantes disipóse al punto, cual sucede en un disperso rebaño al ver llegar á su pastor.

Empezó la gente á levantarse del suelo y los que estaban más próximos á Pedro arrodilláronse en derredor suyo, cual si buscuran protección bajo su ala. El extendió sobre ellos las manos y dijo: —¿Porqué perturba el temor vuestros corazones? Quién de vosotros podría decir lo que haya de suceder antes de que llegue la hora? El Señor ha castigado á Babilonia mandando sobre ella el fuego de su indignación santa; pero su misericordia se extenderá á todos los que se hayan visto purificados por el bautismo; y vosotros, cuyos pecados han sido redimidos por la sangre del Cordero, moriréis con su nombre en vuestros labios. ¡Sea la paz con vosotros!

Después de las terribles y despiadadas palabras de Crispo, las de Pedro cayeron como un bálsamo consolador sobre todos los presentes.

En vez del miedo á Dios, el amor á Dios tomó posesión de sus espíritus.

Y aquellas gentes volvieron así á encontrar al Cristo á quien habían aprendido á amar siguiendo las enseñanzas y escuchando las narraciones del Apóstol: al Cristo que no era un juez inhumano, sino un manso y paciente Cordero, cuya misericordia sobrepujaba de manera inconmensurable á la iniquidad del hombre.

Una especie de sensación de alivio pareció entonces apoderarse de toda la concurrencia; y la tranquilidad, unida al reconocimiento para con el Apóstol, llenó sus corazones.