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QUO VADIS

cipal que daba al Aventino y se apederó en un abrir y cerrar de ojos de todas las provisiones, en medio de un tremendo desorden tumultuario.

A la luz del incendio luchaban encarnizadamente por los panes, muchos de los cuales caían al suelo y eran pisoteados.

La harina de los sacos rotos blanqueaba como nieve sobre todo el espacio comprendido desde los graneros hasta los Arcos de Druso y Germánico.

Y aquel desordenado saqueo continuó hasta que los soldados se apoderaron del edificio y dispersaron á la muchedumbre, disparando sobre ella con flechas y otros proyectiles.

Nunca, desde la invasión de Roma por los galos á las órdenes de Breno, había presenciado ciudad un desastre más completo.

El pueblo, en medio de su desesperación, comparaba aquellas dos conflagraciones. Pero en la época de Breno, el Capitolio había permanecido en pie y ahora velasele rodeado de un horrendo círculo de fuego. Cierto es que los mármoles no ardian; pero durante la noche, cuando el viento desviaba por instantes el curso de las llamas, veíanse las columnatas del vasto santuario de Jove rojas como carbones encendidos.

Además, en los días de Breno, la ciudad hallábase habitada por un pueblo homogéneo, de costumbres ordenadas, adicto á la ciudad y á sus altares; mientras que ahora vagaban y se agitaban en torno á las murallas de la incendiada Roma grupos tumultuarios de un popula cho poliglota y nómada, compuesto en su mayor parte de esclavos y libertos, grupos exaltados, turbulentos y dispuestos, ante la presión de la necesidad, á volverse contra Roma y su poder.

Mas la propia inmensidad del incendio que llevaba el

Tomo II
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