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QUO VADIS

ellas sobre la forminga y caída á un lado; solamente alzaría la otra.

Este era el asunto que á la sazón parecíale de más grave importancia que todos los demás.

Emprendió nuevamente la marcha cerca del amanecer, no sin haber asimismo pedido antes consejo á Petronio con respecto á la conveniencia de agregar á los versos en que hacía una descripción de la catástrofe, unas cuantas grandilocuentes blasfemias contra los dioses, y si no era dable estimar tales imprecaciones como naturales y plausibles, desde el punto de vista del arte, en boca de un hombre colocado en su situación, de un hombre que veía desaparecer su pueblo natal.

Por fin llegó cerca de las murallas como á media noche, acompañado de su numerosa corte, compuesta de gran cantidad de nobles, senadores, caballeros, libertos, esclavos, mujeres y niños.

Diez y seis mil pretorianos, dispuestos en línea de batalla á lo largo del camino, velaban por la seguridad y el orden de su entrada y mantenían á raya al indignado populacho.

Este vociferaba, silbaba y maldecía á la vista del César y su comitiva, pero no osaba atacarla.

Sin embargo, en algunos puntos se escuchaban los aplausos de aquella plebe, que no poseyendo nada, nada tampoco había perdido en el incendio y que en cambio aguardaba una distribución de trigo, aceituna, vestidos y dinero, más abundante que la ordinaria.

Por último, de orden de Tigelino, resonaron las trompetas y los cuernos, que vinieron á ahogar todos aquellos silbidos, aplausos y vociferaciones.

Nerón, al llegar á la Puerta Ostiense, detúvose un momento y dijo: —Soberano sin hogar de un pueblo sin techo, ¿en dónde iré á posar esta noche la infortunada cabeza?

Después de haber atravesado el Clivus Delphini, subió al