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QUO VADIS

acueducto Apio por sobre gradas expresamente construídas para el caso. Le seguían los augustianos y un coro de cantantes que llevaban cítaras, laúdes y otros instrumentos musicales.

Y todos los miembros de su comitiva contuvieron el aliento, á la espectativa de que el César se preparase á pronunciar alguna frase de efecto que en interés de su propia conservación debieran ellos retener en la memoria. Pero él se mantuvo solemne, silencioso, vestido de un manto de púrpura, orlada la sien de laureles de oro, y como extático en la contemplación de aquel ondeante y poderoso foco ignívomo.

Y cuando Terpnos le pasó un áureo laúd, alzó los ojos al cielo, en el cual reflejábanse las encendidas tintas de aquella conflagración inmensa, y pareció aguardar que la inspiración batiera sobre el sus alas.

El pueblo le señalaba desde lejos al verle de pie en medio de aquel fulgor sangriento.

Y á la distancia silbaban serpientes de fuego.

Las llamas abrasaban á la sazón los antiguos y más sagrados edificios: el templo de Hércules, construído por Evandro, el templo de la Luna, levantado por Servio Tulio, la casa de Numa Pompilio, el santuario de Vesta, con los penates del pueblo romano. Y al través de las ondas flamígeras dejábase ver á intervalos el Capitolio.

El pasado de Roma, su espíritu, su historia, iban siendo así consumidos por el fuego, en tanto que él, el Césarallí estaba con una citara en la mano, en actitud teatral, pensando, no en su patria arruinada, sino en la expresión de su rostro, en sus ademanes y en las patéticas palabras con que mejor pudiera describir la magnificencia de aquella catástrofe, y despertar mayor admiración, y recibir més entusiásticas aclamaciones.

Detestaba aquella ciudad, como detestaba á sus habitantes: amaba tan sólo sus propios versos y sus cantos: de ahí que en lo íntimo de su alma experimentara intenso