Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/196

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
192
QUO VADIS

pálido por la emoción. Los labios le temblaban cual si estuviese orando.

—Vámonos, dijo.

Pero Chilo repuso: —Señor, ¿qué debo hacer con los mulas que allí aguardan? Puede que ese digno profeta prefiera montar en una de ellas, en vez de seguir á pie.

No sabía Vinicio qué contestar; pero habiendo oído decir á Pedro que la cabaña del cantero se hallaba cerca, dijo: —Lleva las mulas á Macrino.

—Perdóname, señor, que te haga mención ahora de la casa en Ameria. En presencia de tan terrible incendio, fácil es olvidar una cosa tan insignificante.

—La tendrás.

—¡Oh, nieto de Numa Pompilio! Siempre estuve cierto de ello, mas ahora que también este magnánimo profeta ha escuchado tu promesa, innecesario es que te recuerde también la viña que me has prometido. ¡Pax vobiscum! Te volveré á encontrar, señor. ¡Pax vobiscum! (jQue la paz sea con vosotros!) Ambos contestaron: —Y contigo.

Y en seguida torcieron á la derecha, en dirección a las colinas.

En el camino, Vinicio dijo: —Señor, báñame en las aguas del bautismo; á fin de que pueda llamarme cuanto antes confesor de Cristo, á quien amo con todas las potencias de mi alma. Bautizame pronto, pues me encuentro cordialmente dispuesto á ello; y haré todo cuanto me ordenes; mas dímelo, á fin de que pueda ejecutarlo.

—Ama á los hombres como á tus propios hermanos,contestó el Apóstol;—pues solo con el amor podrás servir bien á Dios.

—Si, ahora comprendo eso, y lo siento. De niño creía en