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QUO VADIS

de su manto; las madres le presentaban sus hijos; algunos arrodillábanse en el obscuro y largo pasadizo y sosteniendo cirios en las manos imploraban su bedición; otros, que marchaban á su lado, iban entonando cánticos; de manera que no hubo ocasión de hacerle pregunta alguna mientras anduvieron por aquel pasadizo estrecho.

Solo cuando hubieron salido á espacios abiertos, desde donde se veía nuevamente la ciudad ardiendo, les bendijo el Apóstol tres veces y habló así, volviéndose á Vinicio: —Nada temas. La cabaña del cantero se halla próxima.

En ella encontrarás á Lino y á Ligia con su fiel servidor.

Cristo, que para ti la ha destinado, te la conserva.

El joven tribuno se sintió vacilante y para poderse mantener en pie, le fué necesario apoyarse en un peñasco.

La carrera desde Ancio, los incidentes ocurridos bajo los muros de la ciudad, la pesquisa de Ligia hecha en medio de casas incendiadas y humeantes, el insomnio y la sucesión de terribles alarmas que experimentara, habían debilitado sus fuerzas, y el resto de ellas parecía abandonarle ahora, ante la noticia de que la persona para él más cara en el mundo, estaba cerca de allí y que pronto la habría de ver.

Y al mismo tiempo que una especie de desvanecimiento, apoderóse de él tan intensa alegría en ese instante, que cayendo á los pies de Pedro le abrazó las rodillas, y así permaneció sin poder articular palabra.

—No á mí, no á mí, sino á Cristo, —dijo el Apóstol, queriendo substraerse á tan vivas muestras de gratitud y homenaje.

—¡Qué buen Dios!—dijo á sus espaldas la voz de Chilo. Pero, ¿qué he de hacer con las mulas que allí nos esperan?

—Alza y ven conmigo, dijo Pedro al joven.

Vinicio levantóse entonces.

Y á la luz del incendio viéronse lágrimas en sus ojos,