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QUO VADIS

Si tú, á quien nadie ha confiado la custodia de mi persona, me dices que no me abandonarás á una destrucción cierta, ¿cómo puedes querer que abandone yo á mi rebaño en el día del desastre?

Cuando se levantó la tempestad en el lago, y el pavor se apoderó de nuestros corazones, El no se apartó de nuestro lado. ¿Cómo podría yo no imitar el ejemplo de mi Maestro?

Lino alzó entonces el enflaquecido semblante y dijo: —¿Y por qué no me sería permitido á mí también, joh, vicario de Cristol seguir el tuyo?

El joven tribuno se pasó la mano por la frente, cual si estuviera en lucha consigo mismo ó con sus propios pensamientos; en seguida, tomando á Ligia de la mano, dijo con voz en que vibraban las energías todas del soldado romano: —¡Escuchadme, Pedro, Lino y tú también, Ligial Yo acabo de hablar lo que me dicta la humana razón; pero vosotros tenéis otra razón, que no se refiere á los peligros que podáis correr, sino á los mandamientos del Redentor.

Cierto es todo esto: yo no lo comprendía; estaba en el error, porque no ha desaparecido aún la viga de mis ojos y todavía sólo se escuchan dentro de mí las voces de mi índole anterior.

Pero, puesto que amo á Cristo, y deseo ser siervo suyo, aun cuando se tratara de ofrecerle algo superior á la vida misma, me postro aquí á tus pies, joh, Apóstoll y te juro que he de cumplir los mandamientos del amor y no he de abandonar á mis hermanos en la hora de la tribulación.

Y así diciendo, púsose de rodillas y, poseído de un fervoroso entusiasmo, alzó los ojos y los brazos al cielo y exclamó: —¿Te habré comprendido ya, oh, Cristo? ¿Me encuentras ya digno de Ti?

Temblábanle á la sazón las manos, en sus ojos brillaban