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QUO VADIS

Pero Tigelino se opuso.

A él, por su parte, nada se le ocurría, y si la idea del árbitro hubiese venido á su cerebro antes, indudablemente habríala declarado la única redentora: mas para él se trataba de que Petronio no llegara á ser por segunda vez el único hombre capaz de salvar á todos y de conjurar todo peligro en los mentos difíciles.

Así, pues, dijo al César: —Escúchame, divinidad; ese consejo es destructor! Antes que tú hayas llegado á Ostia habrá estallado la guerra civil, y quién sabe si en esa emergencia alguno de los colaterales sobrevivientes del divino Augusto no se declararía César. ¿Y qué haríamos nosotros si las legiones le siguieran?

—Discurriremos entonces,—contestó Nerón,—la manera de que no haya descendientes de Augusto. No quedan muchos en la actualidad; fácil es por lo tanto librarnos de ellos.

—Es muy posible, pero no se trata de ellos tan solo. Sin ir más lejos, ayer mismo algunos de los individuos á mis órdenes oyeron decir á la plebe, que un hombre como Trasea debiera ser el César.

Nerón se mordió los labios.

Después de un momento alzó la vista, y dijo: —¡Insaciables é ingratos! Tienen trigo en abundancia y tienen fuego para cocer su pan. ¿Qué más quieren?

¡Venganza! —replicó Tigelino.

Sucedióse un profundo silencio.

En seguida el César levantóse de repente, extendió la mano, y dijo declamando: —¡Los corazor es piden venganza, y la venganza pide una victima!

Y luego, olvidándose de todo, exclamó el rostro ra diante de alegría: —Dadme una tabla al stilus (estilo, punzón) para escribir este pensamiento. Jamás podría Lucano concebir uno