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QUO VADIS

A la influencia de ellos atribuíanse las locuras de Nerón y á sus iniciativas todos los crímenes que éste cometía. De ahí que el odio á los augustianos caei fuera mayor que el que por Nerón sentian. Por eso algunos de ellos empezaron á intentar esfuerzos por eludir las responsabilidades que pudieran caberles en el incendio de la ciudad.

Mas, para librarse de ellas, érales menester asimismo alejar del César toda sospecha; pues de otra manera nadie creería que ellos no habían sido los causantes de la catástrofe.

Tigelino consultó el asunto con Domicio Africano y has: ta con Séneca, si bien odiaba á este último.

Popea, perfectamente convencida de que en la ruina de Nerón iba envuelta su propia sentencia, pidió el dictámen de sus confidentes y el de los rabinos hebreos, pues era cosa admitida desde hacía años que observaba la doctrina de Jehová.

Nerón, por su parte, fluctuaba entre varios de los métodos en él ingénitos, los cuales, á menudo terribles, eran con más frecuencia extravagantes; y ora temblaba de miedo, ora se entregaba á infantiles transportes, pero sobre todo quejábase continuamente.

Un día hubo una larga é infructuosa consulta en la casa de Tiberio, que había escapado del incendio.

Petronio creia preferible abandonar aquel foco de inquietudes y zozobras y hacer un viaje á Grecia y luego á Egipto y Asia Menor.

Este viaje había sido proyectado desde hacía tiempo; ¿á qué entonces aplazarlo ya más, cuando en Roma no había á la sazón otra cosa que tristezas y peligros?

El César aceptó con entusiasmo aquel consejo; pero Séneca, después de meditar breves instantes, dijo: —Fácil es la partida, pero no lo sería tanto el regreso.

—¡Por Hércules!—replicó Petronio.—Podremos volver á la cabeza de las legiones asiáticas.

—Eso haré!—exclamó Nerón