Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/209

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
205
QUO VADIS

—Sacrificate, entonces, por mí.

—¡Oh, divino César!—contestó Tigelino;—¿por qué presentarme el dulce cáliz que acaso no he de llevar á mis labios? El pueblo murmura y se levanta; ¿por ventura querrías que también se levantaran los pretorianos?

Una sensación de terror oprimió los corazones de los testigos de aquella escena.

Tigelio era el prefecto de los pretorianos, y sus palabras tenían la significación inequívoca de una amenaza.

El mismo Nerón lo comprendió, y se puso mortalmente pálido.En ese propio instante entró Epafrodito, el liberto del César, anunciando que la divina Augusta deseaba ver á Tigelino, pues había en sus aposentos algunas personas á quienes era menester oyera el prefecto.

Tigelino hizo una reverencia al César y salió con el rostro sereno y desdeñoso.

Ahora, cuando se había intentado asestarle el golpe, acababa él de mostrar los dientes. Había hecho comprender á todos quién era, y siéndole conocida la cobardía de Nerón, estaba cierto de que el señor del mundo ya no se atrevería jamás a levantar una mano en contra suya.

Nerón permaneció silencioso en su asiento por espacio de algunos instantes; y luego, notando que los presentes aguardaban alguna respuesta de sus labios, dijo: —He estado alimentando una serpiente en mi seno.

Petronio se encogió de hombros, cual si quisiera decir con ello que no sería difícil arrancar la cabeza de una serpiente semejante.

Nerón, que lo notó, dijo: —¿Qué opinas tú? ¡Hablal jaconséjamel Sólo en tí confio, porque tienes más juicio que todos los que me rodeany me as.

Petronio estuvo á punto de decirle: —Hazme prefecto de los pretorianos y entregaré al pueblo á Tigelino y pacificare en un día la ciudad.»