Pero prevaleció en él su natural pereza.
Ser prefecto significaba llevar sobre sus hombros la persona del César y además un sinnúmero de negocios públicos.
¿Por qué había de echarse encima esa labor?
¿No era preferible consagrarse y leer poesías en su espléndida biblioteca, admirar vasos y estatuas, ó estrechar contra su pecho el divino cuerpo de Eunice, acariciar con los dedos sus áureos cabellos y posar sus labios sobre los coralinos labios de ella?
De ahí que se limitase á contestar: —Te aconsejo el viaje á Acaya.
—¡Ah!—contestó Nerón.—Algo más esperaba yo de ti.
El Senado me aborrece. Si parto, ¿quién me asegura que no se sublevará y proclomará César á otro? El pueblo me ha sido leal hasta hoy, pero ahora estará de parte del Senado. ¡Por las Parcas! ¡Ah, si ese senado y ese pueblo tuvieran sólo una cabezal...
—Permíteme observarte, divinidad, que si deseas salvar á Roma, es necesario salvar siquiera algunos romanos, replicó Petronio con una sonrisa.
—¿Y qué me importan á mí Roma y los romanos?—dijo con acento quejumbroso Nerón.—Me habrían de obedecer en Acaya. Y aquí sólo me rodea la traición. Todos me abandonan y vosotros mismos no estáis sino preparándoos también á traicionarme. ¡Yo lo sé, lo sél Y ni siquiera remotamente os imagináis lo que dirán de vosotros las edades futuras, si abandonáis á un artista como yo!
Y aquí se golpeó de súbito la frente, exclamando: —Ciertamente! En medio de todos estos afanes, hasta llego á olvidarme de quien soy.
Entonces volvióse á Petronio con el rostro radiante y dijo: —Petronio: el pueblo murmura y se alza; pero si yo llenara mi laud y me dirigiera al Campo de Marte, si les entonara aquel canto que me oísteis durante el incendio, ¿no