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QUO VADIS

El dado está echado,—se dijo,—y vamos á ver ahora hasta qué punto el temor por su propia vida se sobrepone en el mono á su amor á la gloria.

Y en su interior no dudaba de que el temor había de prevalecer.

Entretanto, reinó el silencio después de estas palabras.

Popea y todos los presentes miraban á los ojos del César con el anhelo con que se aguarda un arco iris después de una tempestad.

Nerón empezó por fin á levantar los labios hasta apegarlos á la nariz, como era su costumbre cuando se hallaba perplejo.

Por último, se pintó en su rostro una expresión de inquietud y desagrado.

—¡Señor!—exclamó Tigelino al notarlo,—permíteme retirarme; porque cuando hay gentes que desean exponer tu persona a la destrucción, llamándote al propio tiempo César cobarde, poeta desmedrado, incendiario y comediante, mis oidos no pueden soportar tales expresiones!

—He perdido,—pensó Petronio.

Pero, volviéndose á Tigelino, lo midió con una mirada en la cual se advertía su inmenso desprecio de gran patricio culto y refinado, por aquel malhechor protervo y ruin.

—Tigelino,—dijo,—fuí á tí á quien llamé comediante, pues no eres otra cosa en este propio momento.

—¿Acaso porque no he querido seguir escuchando tus insultos?

—Eres un histrión, porque estás fingiendo un amor sin limites hacia el César, tú que hace pocos instantes le amenazabas con los pretorianos, amenaza que todos compren dimos tan bien como él.

Tigelino, que no había pensado fuera Petronio suficientemente audaz para arrojar semejantes dados sobre el tapete, púsose páldio, perdió la cabeza y enmudeció.

Esta fué, sin embargo, la última victoria que logró al-