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QUO VADIS

canzar el árbitro del buen gusto sobre su rival, porque, en ese propio momento, dijo Popea: —Señor, ¿cómo puedes permitir que siquiera pase por la cabeza de alguien un pensamiento semejante; y todavía más: que haya alguien que se atreva á manifestarlo de viva voz en tu presencia?

—Castiga al insolente!—exclamó Vitelio.

Nerón alzó de nuevo los labios hasta las narices y volviendo hacia Petronio sus ojos miopes y vidriosos, dijo: —¿Es esta la manera como correspondes á la amistad que te he brindado?

—Si estoy en un error, demuéstramelo, —dijo Petronio; —pero sabe que mis palabras las dicta sólo el afecto que por ti siento.

—Castiga al insolente!—repitió Vitelio.

—Castigalo!—exclamaron muchas voces.

Y en el atrium se notó un movimiento y un sordo murmullo y empezaron todos á retirarse del lado de Petronio.

Hasta el mismo Tulio Senecio, su constante compañero en la corte, apartóse de él, y lo propio hizo el joven Nerva, quien hasta entonces habíale demostrado la mayor amistad.

Al cabo de pocos instantes, Petronio se halló solo en el lado izquierdo del atrium, sonriente el labio y reuniendo con las manos los pliegues de su toga, en tanto que aguardaba lo que hiciese ó dijera el César.

—Me pedis que le castigue, —dijo por fin Nerón; pero es mi amigo y compañero, y aun cuando me ha herido en el pecho, sepa él que para los amigos este corazón no encierra otra cosa que indulgencia.

—He perdido y estoy perdido—pensó Petronio.

Entretanto, levantóse el César y quedó terminada la consulta.

CAPÍTULO XLIX

Petronio volvió a su casa.

Nerón y Tigelino pasaron al atrium de Popea, en donde