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QUO VADIS

En la cárcel Mamertina.

No pudo reprimir el árbitro un estremecimiento y diri gió una mirada inquiridora á Vinicio. Este comprendió su significación y dijo: —Nó. No la han arrojado al Tullianum, (1) ni tampoco á la prisión del centro. He pagado al guardian para que le diera su propio aposento. Ursus quedó en su puesto, en el umbral de la puerta, con el encargo de custodiarla.

—¿Y por qué Ursus no la defendió?

—Enviaron en su busca cincuenta pretorianos, y además Lino se lo prohibió.

—¿Y Lino?

—Está moribundo: por eso no lo arrestaron.

—¿Cuál es tu intención?

—Salvarla, ó morir con ella. Yo también creo en Cristo.

Vinicio hablaba con aparente calma; pero había tan desesperadas inflexiones en su voz, que Petronio sintió en el pecho un estremecimiento de compasión.

—Comprendo,—dijo;—pero, ¿cómo esperas salvarla?

—He pagado gruesas sumas á los guardianes, primero para que la defiendan contra cualquier ultraje, y en seguida para que no impidan su fuga.

—¿Y cuando puede ésta verificarse?

—Dijéronme que no podrían entregármela inmediatamente, por temor á la responsabilidad. Pero cuando la cárcel se encuentre llena de una multitud de gente y cuando por esa misma causa se vuelva confusa la cuenta de los presos, la entregarán. ¡Pero ese es un recurso desesperado! ¡Sálvala tú y sálvamel Tú eres amigo del César.

El mismo me la ha dado. ¡Vé á su casa y sálvame!

Petronio, en vez de contestar, llamó á un esclavo, le or(1) Calabozo de la cárcel de Roma, asi llamado porque lo hizo construir Servio Tulio. Se hallaba en la parte inferior de la cárcel, completamente debajo de la tierra y solo tenía una abertura en el cielo. Yugurta murió en él de hambre.