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QUO VADIS

denó trajese dos mantos obscuros y dos espadas y volviéndose á Vinicio, dijo: —En el camino te contaré. Ahora, ponte ese manto y toma esta espada y vamos á la cárcel. Allí darás á los guardianes cien mil sestercios, ó dos, ó cinco veces esa suma, con tal que te entreguen á Ligia inmediatamente.

Después será tarde.

—Vamos,—dijo Vinicio.

Cuando estuvieron en la calle, Petronio repuso: —Ahora escúchame. No he querido perder tiempo en explicarte eso antes. Me hallo en desgracia desde hoy. Mi propia vida está pendiente de un cabello: así, pues, nada puedo hacer cerca del César. Por el contrario, si algo intentara, estoy cierto de que él dispondría todo lo contrario de lo que yo pídiese. A no ser así la situación, ¿te aconsejaría yo que salvaras á Ligia y huyeras con ella? Además, al escapar tú, la cólera del César se volverá contra mí. En la actualidad, estaría él mejor dispuesto en tu favor que en el mio. Pero no cuentes con eso en absoluto.

¡Sácala de la prisión y huye! Ningún otro recurso te resta.

Si en él no alcanzas buen éxito, tendremos tiempo para pensar en otros arbitrios. Entre tanto, sabe que Ligia se halla en la cárcel, no tan sólo porque cree en Cristo: la cólera de Popea os persigue á ella y á tí. Has ofendido á la Augusta rechazando sus pretensiones, ¿lo recuerdas?

Popea sabe que la desdeñaste por Ligia, á quien aborreció desde la primera vez que en ella posó los ojos. Aún más: anteriormente ya intentó perder á Ligia atribuyendo á maleficios suyos la muerte de la infanta. Así, pues, la mano de Popea se encuentra en medio de todo esto. Y ahora, ¿cómo se explica el que Ligia haya sido la primera victima de las persecuciones actuales? ¿Quién ha podido señalar la casa de Lino? Te digo que han debido espiarla desde hace tiempo. Sé que estoy torturando tu alma y arrancando de ella los últimos restos de tu esperanza, pero te digo todo esto deliberadamente, por la razón de que si