Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/246

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
242
QUO VADIS

Parecía que el pueblo habíase ya olvidado hasta de hablar, y en su salvaje frenesi recordaba del lenguaje tan sólo el furibundo alarido: «¡A los leones con los cristianos! » Y se sucedieron días de calor extraordinario y noches más sofocantes que nunca: parecía que hasta el aire hallábase impregnado de sangre, locura y crimen.

Y á esa desbordada medida de crueldad respondía en igual proporción el anhelo del martirio.

Los confesores de Cristo iban voluntariamente á la muerte, y aún la buscaban. Para evitar esto último, fué menester que les impusieran prohibiciones severas sus superiores. Por orden de éstos empezaron á reuuirse ahora solamente fuera de los muros de la ciudad, en subterráneos cercanos á la Via Apia y en terrenos pertenecientes á patricios cristianos, ninguno de los cuales había sido apresado hasta entonces.

Era perfectamente sabido en el Palatino que entre los confesores de Cristo se hallaba Flavio, Domitila, Pomponia Græcina, Cornelio Pudencio y Vinicio.

Empero, el César temía que no creyese la plebe que semejantes personas hubieran podido incendiar á Roma: y puesto que lo importante sobre todas las cosas era convencer al pueblo, el castigo de esos patricios y la venganza contra ellos hubieron de verse aplazados.

Otros opinaban, equivocadamente, que á la influencia de Actea debíase hasta entonces la salvación de los quirites.

Cierto es que Petronio, despues de separarse de Vinicio, habíase visto con Actea, movido por el deseo de alcanzar su cooperación en favor de Ligia; pero ella no había podido ofrecerle otra cosa que sus lágrimas, pues vivia en medio del sufrimiento y del olvido, y tolerábasela tan solo á condición que se mantuviera invisible para Popea y el César.

Pero Actea había visitado á Ligia en la cárcel, llevádole