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QUO VADIS

to, ten piedad de nosotros!» se iba sintiendo invadido por una especie de éxtasis semejante al que le poseyera en la cabaña del cantero.

Allí estaban todos clamando á Cristo desde lo intimo de sus almas y en medio de una intensa aflicción, allí estaba Pedro invocándolo. Así, pues, en cualquier momento podrían abrirse los cielos, temblar los fundamentos de la tierra y aparecer El en medio de su infinita gloria, con estrellas á los pies y al mismo tiempo misericordioso y terrible.

Y exaltaría á los fieles y precipitaría á sus perseguidores á los abismos.

Vinicio cubrióse el rostro con ambas manos y se inclinó hasta el suelo.

Entretanto hízose el silencio en derredor suyo, como si el pavor hubiera de súbito apagado en los labios el aliento de todos los presentes.

Y á Vinicio, en medio de su arrobamiento, le pareció ahora que de seguro algo debía suceder; que era inminente que había de sobrevenir el milagro.

Estaba cierto de que apenas se levantase y abriera los ojos vería una luz intensa, deslumbradora de la vista de los mortales, y habría de escuchar una voz que llevara hondo estremecimiento á todos los corazones.

Pero aquel silencio continuaba.

Por último, á vinieron interrumpirlo los sollozos de las mujeres.

Alzóse Vinicio entónces y miró á todos lados con la vista ofuscada.

En el sotechado, en vez de estrellas y aureolas celestes, advertíase como antes el débil fulgor de las linternas, en tanto que los rayos de la luna, al entrar por una abertura del techo, llenaban la estancia de una luz plateada.

Las gentes que había arrodiladas alrededor de Vinicio alzaban en silencio los llorosos ojos hácia la cruz; aquí y