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QUO VADIS

Sucedióse un nuevo silencio y se volvieron á oir los silbidos del centinela que se hallaba fuera del sotechado.

Vinicio púsose nuevamente de pie, decidido esta vez á abrirse paso entre aquel grupo, llegar hasta el Apostol é implorarle auxilio y salvación; pero de súbito parecióle como si tuviera delante un precipicio á cuya vista abandonasen las fuerzas sus músculos.

¿Y si el Apóstol confesaba su propia debilidad, y afirmaba que el César romano era más poderoso que Jesús Nazareno?

A esa idea el terror le erizó los cabellos, porque presintió que en tal caso, no solamente los últimos restos de su esperanza irían á hundirse en ese precipicio, sino que él mismo caería también con ellos, y con él todo cuanto manteníale aún apegado á la vida, quedándole tan solo entonces la noche y la muerte, dos inmensidades semejantes á un mar sin riberas.

Entre tanto, Pedro empezó á hablar en voz tan baja al principio, que apenas si era perceptible, y dijo: — Hijos míos: en el Gólgota yo les ví enclavar á Dios en la cruz. Escuché los martillazos y les vi levantar la cruz en alto, á fin de que la plebe pudiera presenciar las mortales agonías del Hijo del Hombre. Les vi abrir su costado y le vi morir á El. Y al volver de la cruz, exclamé con acento dolorido, como estais exclamando ahora vosotros: [Ay, ay de mi! ¡Oh, Señor, tú eres Dios! ¿Por qué has permitido esto? ¿Por qué has muerto y por qué has torturado los corazones de los hombres que creíamos habría de advenir tu reino?

Pero él, nuestro Señor y Dios, levantóse de entre los muertos al tercero día, y permaneció entre nosotros hasta entrar en su reino, lleno de gloria.

Y nosotros, arrepentidos de nuestra poca fe, sentimos que se confortaban nuestros corazones, y desde entonces nos consagramos á propagar su simiente.

Luego, tornando la vista al punto donde habíase dejado