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QUO VADIS

—He de creer en la bondad de Dios,—dijose por fin,aún cuando la hubiese de ver entre los colmillos de un león.

Ante esta idea, si bien sentía estremecérsele el alma entera y recorrer un frío sudor por sus sienes, se afirmaba su fe.

Hasta el último latido de su corazón, convertíase entonces en una plegaria.

Empezó á creer que la fe podía remover las montañas, porque él mismo sentia ahora una maravillosa fuerza, que antes no había advertido en su sér íntimo. Parecíale que podría intentar empresas, de las cuales, el día anterior hubiera sido incapaz. Por momentos, hallábase bajo la impresión de que todo peligro había pasado. Y si de su alma escuchaba á intervalos brotar los gemidos de la desesperación, traía á la mente aquella noche y aquella santa cabeza cana alzada al cielo en actitud de oración.

Y se repetía á sí mismo: —No, Cristo no ha de rechazar la súplica de su primer discípulo, del pastor de su rebaño! ¡Cristo no podrá desoirla! ¡No me es posible dudar!

Y corrió hacia la prisión como heraldo de la buena nueva.

Pero allí le aguardaba un suceso inesperado.

Todos los guardias pretorianos que por turno custodiaban la cárcel Mamertina, conocíanle, y de ordinario no le oponían la menor dificultad; empero, ahora no se abrió á su paso la línea, sino que un centurión se le acercó y le dijo: —Perdona, noble tribuno; tenemos hoy la orden de no dejar entrar á persona alguna.

—¿Una orden?—repitió Vinicio, palideciendo.

El soldado, le miró con expresión compasiva, y contestó: —Si, señor, una orden del César. En la prisión hay muchos enfermos y se teme acaso que los visitant puedan difundir el contagio por toda la ciudad.

—¿Dices que la orden sólo es para el día de hoy?