bía llegado. Y acababa de tomar su baño y de ungirse el cuerpo antes de retirarse á descansar.
—Tengo noticias que darte, —dijo á Vinicio.— Estuve hoy en casa de Tulio Senecio, á quien el César fué también á visitar.
No sé por qué vino á la mente de la Augusta el llevar consigo al pequeño Rufio: acaso con el propósito de que se ablandara el corazón del César ante la infantil hermosura del niño.
Desgraciadamente, venía éste cansado y falto de sueño, y quedóse dormido, como sucedió una vez á Vespasiano, —durante una lectura que hacía el César. Viendo esto, Enobarbo tiró una copa á la cabeza de su hijastro, y le hirió gravemente.
Popea se desmayó, y todos pudieron oir al César que de cía en tanto: —Harto estoy ya de esa raleal Y eso, bien lo sabes tú, equivale como á una sentencia de muerte.
—El castigo de Dios pende sobre la cabeza de la Augusta,—dijo Vinicio;—mas, ¿por qué me cuentas esto?
—Te lo cuento, porque la cólera de Popea os ha perseguido á tí y á Ligia. Ocupada ahora en su propia desventura, puede que abandone la idea de su venganza, y sea más fácil influir en su ánimo. La he de ver esta tarde, y hablaré con ella.
—Gracias. Me das con ello una buena nueva.
—Pero es menester que tomes un baño y descanso.
Tienes los labios lividos, y no eres, ni la sombra de ti mismo.
—¿No ha sido anunciado ya el primer ludus matutinus?
—preguntó Vinicio.
—Si, dentro de diez días. Pero tomarán para ello primero á los cristianos de las demás prisiones. Mientras más tiempo tengamos disponible, mejor. No se ha perdido todo aún.