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QUO VADIS

Restregóse Vinicio los ojos.

La calle, á la sazón, era un verdadero enjambre de gente; y en ese instante, dos corredores, vestidos con sendas túnicas amarillas, iban haciendo á un lado la multitud con unas varas largas, y gritaban y abrían calle á una espléndida litera conducida por cuatro fornidos esclavos egipcios.

Dentro de ella y vestido blanco, iba sentado un hombre, cuyo semblante no era fácil ver, porque ocultábanlo á medias un rollo de papiro que llevaba junto á los ojos, y que iba leyendo con gran atención.

—¡Abrid paso al noble augustianol—gritaban los corredores entretanto.

El augustiano puso entonces á un lado su rollo de papiro y asomando la cabeza, gritó: —Dispersad á esa canalla! Pronto!

Y habiendo en ese instante reparado en Vinicio, retiró bruscamente la cabeza y volvió á tomar con precipitación su rollo de papiro.

El joven llevóse la mano á la frente pareciéndole que aún soñaba.

Porque el augustiano sentado en aquella litera era Chilo en personal Entretanto, los corredores habían abierto paso á los egipcios estaban ya listos para proseguir su marcha, cuando el joven tribuno, ante cuya vista, se aclararon en aquel instante, muchos puntos obscuros que hasta entonces habianle parecido incomprensibles, acercóse á la litera, y dijo: —Salúdote, oh Chilo!

—Joven,—contestó el griego con aire lleno de altivez é importancia, y esforzándose por dar á su semblante una expresión de tranquilidad que no sentía en su interior,te saludo, pero no me detengas, porque me urge llegar á casa de mi amigo el noble Tigelino.

Vinicio, aferrándose á uno de los bordes de la litera, y