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QUO VADIS


CAPÍTULO LIV

Ligia, en una larga carta escrita apresuradamente, despedíase de Vinicio para siempre.

Sabía que á nadie era ya permitida la entrada a la prisión, y que solo podría ver al joven en la arena. Y pedíale por consiguiente que averiguase cuándo llegaría el turno á los encarcelados de la prisión Mamertina, y al mismo tiempo le rogaba que asistiese al espectáculo, pues deseaba verle por última vez en la vida.

En la carta de la joven no se advertía ni el más leve asomo de temor.

Decía que tanto ella como sus demás compañeros ansiaban que llegase el instante de acu lir á la arena, en donde hallarían para siempre la libertad de las prisiones de esta vida.

Esperaba que asistieran al espectáculo Pomponia y Aulio; y rogaba que se les pidiera que no dejasen de acudir.

Cada una de sus palabras demostraba un estado de espiritual exaltación y de aquel desprendimiento de la existencia en que todos los encarcelados á la sazón vivían; y al mismo tiempo una fe inconmovible en que todas las promesas de ulterior recompensa veríanse cumplidas más allá de la tumba.

—Ya sea que me liberte Cristo en esta vida ó después de la muerte, escribía,—El me ha prometido á ti por boca del Apóstol y, por consiguiente, soy tuya.» Y le imploraba que no llorase por ella, ni se dejara dominar por el sufrimiento. Para ella la muerte no significaba la disolución de su matrimonio. Con una confianza infantil aseguraba á Vinicio, que inmediatamente después de ter minados sus tormentos en la arena diría á Cristo que su prometido Marco había quedado en Roma y que ansiaba por ella con todo su corazón.

Y pensaba que acaso Cristo permitiría que su alma vol-