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QUO VADIS

disputas y el orden quedó restablecido en el anfiteatro.

Y se presentó entonces en el Circo un grupo de individuos cuyo oficio era extraer las masas de arena que se habian formado con la sangre coagulada.

Había llegado el turno á los cristianos.—10 Y como aquel era un espectáculo nuevo para el pre y nadie presumía cómo habrían de conducirse los contesores de Cristo, aguardaban todos con cierta curiosidad.

El ánimo del público, á la par que pendiente de esta espectativa extraordinaria, se hallaba predispuesto en contra de las víctimas; pero se esperaban al mismo tiempo escenas estupendas.

Los individuos que iban á presentarse en la arena eran los autores del incendio de Roma y de sus antiguos tesoros. Eran los bebedores de la sangre de los infantes, l envenenadores del agua, los vilipendiadores de la raza humana y los reos de crímenes abominables.

Los castigos más duros no podían parecer bastantes para el odio que se había despertado en aquel pueblo, y si algún temor se albergaba en los corazones de los concurrentes al espectáculo, era el de que las torturas que se infligiesen á los cristianos no llegaran á igualar al delito perpetrado por aquellos ominosos malhechores.

Entre tanto, había el sol avanzado en su carrera; y sus rayos, atravesando el velarium de púrpura, difundían por el anfiteatro una luz de color de sangre.

La misma arena, al recibir esos reflejos, presentaba unos como destellos de fuego, y en ese rojo fulgor, y en los semblantes de los espectadores, bien así como en la arena vacía que dentro de pocos momentos iba á ser teatro de la tortura de muchos seres humanos y del furor de las bestias feroces, algo habia de horrible y siniestro.

La muerte y el terror parecían cernerse por sobre aquella atmósfera.

La multitud, que hasta entonces había mostrado una bulliciosa alegría, volvióse hosca bajo la influencia del