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QUO VADIS

tura de tantas víctimas que al morir confesaban la fe en su Dios, otro sentimiento se apoderó de él, penetrando en su alma como un dolor acerbo, á la par que irresistible. Y fué este: Si el mismo Cristo había muerto en el tormento, si á la sazón miles de cristianos estaban pereciendo por El, y si un mar de sangre se estaba derramando, una gota más nada significaba, y era hasta un pecado el implorar misericordial Y ese pensamiento, que le fue sugerido por aquellas terribles escenas del Circo, invadió su alma, confundido con los gemidos de los moribundos, mezclado con los vapores de su sangre.

Pero él seguía orando y repitiendo, seco el labio y acongojado el espíritu: —Oh, Cristol ¡Oh, Cristo! Tu Apóstol ha implorado misericordia en favor de ella!

Y luego perdió la noción de lo que ocurría en derredor suyo y del sitio en que se encontraba.

Parecióle que la sangre de la arena iba levantándose y levantándose como una onda inmensa, rebosando fuera del Circo é inundando á Roma entera.

Por lo demás, nada ofa ya, ni el aullido de los perros, ni los gritos del público, ni las voces de los augustianos, quienes de súbito empezaron á repetir: —¡Chilo se ha desmayado!

—¡Chilo se ha desmayado!—exclamó también Petronio volviéndose hacia el griego.

Y así era efectivamente.

Allí estaba en su asiento, pálido como un lienzo, echada hacia atrás la cabeza y la boca abierta cual la de un cadaver.

Y en ese propio momento traían á empellones á la arena nuevas víctimas, vestidas también con pieles.

Como las primeras, éstas se arrodillaron inmediatamente; pero los perros, ya cansados y ahitos, no las atacaron esta vez. Apenas unos pocos se arrojaron sobre las más