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QUO VADIS

Pero los confesores de Cristo habían vuelto á la sazón á repetir las palabras, incomprensibles para muchos, si bien irritantes para todos: Pro Christol Pro Christol» Los leones, aunque se hallaban hambrientos, no se apresuraron á lanzarse sobre sus víctimas.

La rojiza luz que se proyectaba sobre la arena les ofuscaba y medio cerraban los ojos, cual si estuvieran deslumbrados. Algunos desperézaban con lentitud sus amarillentos cuerpos; otros abrían sus poderosas mandíbulas y bostezaban; diríase que deseaban mostrar sus terribles dien.tes á los espectadores.

Pero un instante después el olor de la sangre y de los cuerpos destrozados, muchos de los cuales yacían sobre la arena, empezó á producir en ellos el efecto deseado. Pronto sus movimientos volviéronse inquietos, erizáronseles las crines y aspiraron aquellas emanaciones dilatando las narices y produciendo á la vez un ronco sonido.

Finalmente, uno de ellos se lanzó de súbito sobre el cuerpo de una mujer que tenía destrozado el rostro, y poniendo sobre ella sus zarpas anteriores, empezó á lamer con su áspera lengua la sangre coagulada.

Otro se acercó á un hombre que tenía en los brazos un niño cosido en una piel de cervato.

El pequeñuelo, temblando de pavor, dando gritos y llorando, se aferró convulsivamente al cuello de su padre; y éste, en el anhelo de prolongar, si bien fuese un momento más la vida de su hijo, intentó arrancarlo de su cuello y pasarlo á manos de algunos de sus compañeros de martirio arrodillados junto á él. Pero los gritos del niño y los movimientos del padre, irritaron el león. Y de pronto dió un rugido corto y brusco, mató al niño de una zarpada y cogiendo entre sus mandíbulas la cabeza del padre, la destrozó en un abrir y cerrar de ojos.

A la vista de esto, los demás leone se lanzaron sobre el grupo de cristianos. Hubo mujeres que no pudieron reprimir algunos gritos de terror; pero el público los ahogó