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QUO VADIS

entre sus aplausos, los cuales, empero, cesaron, porque el deseo de no perder ningún detalle de aquel espectáculo horrendo se sobrepuso á todo en el ánimo de los circunstantes.

Y entonces presentáronse escenas terribles á sus ojos: cabezas que desaparecían completamente entre las abiertas fauces de las fleras, pechos destrozados de un sólo golpe, corazones y pulmones arrancados instantáneamente; huesos que crugían entre los agudos dientes de los leones.

Algunos de éstos, aferrando á las infortunadas víctimas por el costado ó las espaldas, corrían furibundos y dando brincos por la arena, cual si fueran en busca de sitios ocultos para devorar su presa; otros luchaban, se alzaban sobre sus patas traseras y se atacaban entre sí como gladiadores, en medio de los estruendosos aplausos del anfiteatro entero.

Los espectadores levantábanse de sus asientos; algunos los abandonaban, bajando hasta los pasillos para ver mejor y se formaban así mortales apreturas.

Parecía como si aquella sobreexcitada multitud estuviera ansiando por arrojarse, ella también, á la arena y destrozar á los cristianos en compañía de las fieras.

Por momentos escuchábanse unos gritos sobrehumanos; en otros, alaridos, aplausos, gruñidos, rechinamientos de dientes, aullidos de los perros de Molosia; y á intervalos tan solo unos gemidos aislados.

El César, puesta la esmeralda sobre el ojo, contemplaba ahora con atención aquel espectáculo.

En la fisonomía de Petronio había una expresión de repugnancia y desdén.

Chilo había sido llevado fuera del Circo.

Pero del cuniculum seguían saliendo de rato en rato nuevas víctimas.

Desde la fila superior de asientos del anfiteatro, el Apóstol Pedro contemplábalas. Nadie á la sazón le observaba, porque todas las cabezas hallábanse entonces vueltas ha-