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QUO VADIS

Fueron de nuevo encendidos los pébeteros y se removió el velarium, pues á la sazón había ya bajado el sol considerablemente.

Y entre el público se miraban las personas unas á otras, llenas de asombro, y preguntábanse qué otro nuevo espectáculo les aguardaba en ese día.

Y en efecto, sucedióse un espectáculo que ninguno habría podido ni siquiera vislumbrar.

El Cesar, que había abandonado el podium algunos momentos antes, presentóse de súbito en la floreada arena.

Llevaba un manto de púrpura sobre los hombros y en la cabeza una corona de oro.

Doce coristas con sendas citaras le seguían.

Sostenía en la mano un laúd de plata, y se adelantó con solemne paso hasta el centro del circo, saludó varias veces á los espectadores, alzó la vista hasta el cielo y pareció estar aguardando un soplo de inspiración.

Por último hizo vibrar las cuerdas y así cantó: «¡Oh, radiante hijo de Leto, Señor de Tenedos, de Quío y Crisópolis, ¿Eres tú quien, teniendo la custodia De Ilión, la ciudad sagrada, Pudo entregarla del griego á la cólera Y dejar que los altares En que sacro fuego ardía Llegase á manchar la troyana sangre?

Alzábanse á tí las manos: joh, Apolo!

De los míseros ancianos; Las madres desde lo intimo del pecho Su llanto clamoroso levantaban, Para su inocente prole Perdón y piedad pidiendo!

Y á sus quejas lastimeras, Y del pueblo al sufrimiento Fuiste, joh Esminteo! insensible Como una insensible rocal...a