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QUO VADIS

ciudades, de los pueblos y de los templos más famosos; en una palabra: de todo lugar en donde fuera posible encontrar dinero ó por lo menos tomarlo por medio de extorsión.

Pero Séneca, comprendiendo que la mente del César era encargarle de una obra de pillaje, sacrilegio y robo, se negó categóricamente á partir.

—Es necesario que me retire al campo, señor, —dijo,á esperar allí la muerte, porque estoy viejo ya, y mis nervios se hallan enfermos.

Los nervios iberos de Séneca eran más fuertes que los de Chilo, y en realidad no estaban enfermos, pero era malo su estado general de salud: parecía ya una sombra, y sus cabellos habíanse vuelto completamente canos desde hacía poco.

El mismo Nerón al mirarlo, pensó que en efecto, no tendría necesidad de aguardar por mucho tiempo la muerte de aquel hombre, y contestó: —No quiero exponerte á las fatigas de un viaje, si estás enfermo, pero el afecto que por ti siento, me mueve á retenerte cerca de mí. Así, pues, en vez de ir al campo, te quedarás en tu propia casa y no saldrás de ella.

Luego dijo riendo.

—Si mandase á Acrato y á Carinas solos, eso equivaldría encargar á un par de lobos que fueran en busca de ovejas. ¿A quién designaré para que les acompañe y dirija?

—A mi, señor,—dijo Dominio Africano.

—Nó! En modo alguno quiero atraer sobre Roma la cólera de Mercurio, á quien tú avergonzarías con tus villanos hechos. Necesito de algón estoico parecido á Séneca ó á mi nuevo amigo el filósofo Chilo.

Y echando una ojeada en derredor, agregó: —Pero, ¿qué ha sucedido á Chilo?

El griego, que había vuelto en sí al salir al aire libre y regresado al anfiteatro á escuchar el canto del César, aproximose entonces y dijo: