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QUO VADIS

—Aquí estoy, joh radiante vástago del Sol y de la Lunal Me senti mal, pero tu canto me ha restablecido.

—Te voy á mandar á la Acaya,—dijo Nerón.—Tú has de saber, hasta el último sestercio, cuanto hay allí en cada templo.

—Mándame, si, joh Zeus! y los dioses te pagarán un tributo superior á cuantos hayan sido conocidos hasta ahora.

—Bien quisiera, pero no deseo privarte de presenciar los próximos juegos.

—¡Baall,—dijo Chilo.

Los augustianos, encantados al ver que el César había recobrado su buen humor, empezaron á reir entonces y exclamaron: —Nó, señor, no prives á este valiente griego de la vista de los juegos.

—Pero prívame si, joh señorl de la vista de estos bulliciosos gansos del Capitolio, cuyos sesos, reunidos en una sola masa, no alcanzarían á llenar la cáscara de una nuez, —replicó Chilo.—¡Oh primogénito de Apolo! Estoy escribiendo un himno griego en tu honor y desearía pasar algunos días en el templo de las Musas, á fin de implorar su divina inspiración.

—Oh, nol—exclamó Nerón.—Es tu deseo escapar de los futuros juegos. No lo conseguirás.

—Te juro, señor, que estoy escribiendo un himnol —Entonces lo escribirás por la noche. Pide inspiración á Diana, quien, á propósito, es hermana de Apolo.

Chilo bajó la cabeza y miró con aire malicioso á los presentes, quienes tornaron á reir..

El César volviéndose á Senecio y á Suilio Nerulino dijo: —Imaginaos que de los cristianos destinados para el día de hoy apenas si hemos podido concluir con la mitad.

A estas palabras, el viejo Aquilio Régulo, gran conoce-