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QUO VADIS

te, á despecho del César y de Tigelino. Es una especie de batalla en la cual me he comprometido á vencer; una especie de juego en que deseo ganar, aún á costa de mi vida. El día de hoy me ha confirmado todavía más en mi proyecto.

—Quiera Cristo premiarte!

Ya lo verás.

Y así conversando llegaron á la puerta de la casa y bajaron de la litera.

En aquel momento se les acercó alguien y dijo: —¿Está aquí el noble Vinicio?

—Aquí está,—contestó el tribuno.—¿Qué deseas?

—Soy Nazario, el hijo de Miriam. Vengo de la prisión y te traigo noticias de Ligia.

Vinicio puso una mano en el hombro del joven y le miró en los ojos sin poder arlicular palabra: pero Nazario adivinó la pregunta que moría en sus labios, y dijo: —Vive todavía. Ursus me manda á decirte que ella ora en medio de su delirio y repite tu nombre.

—¡Alabado sea Cristo, que tiene el poder de restituirmelal—dijo Vinicio.

Y condujo á Nazario á la biblioteca.

Al cabo de pocos momentos fué á reunirseles también Petronio.

—La enfermedad la salvó de la vergüenza, porque los verdugos temen el contagio, —repuso el joven.—Ursus y Glauco el médico, velan de día y de noche á su cabecera.

—¿Tiene siempre los mismos guardianes?

—Sí, señor, y está en el aposento de ellos. Todos los presos que se hallban en el calabozo inferior, murieron de fiebre ó de asfixia á causa del aire infecto.

—¿Quién eres tú?—pregunté Petronio.

—El noble Vinicio me conoce. Soy el hijo de la viuda en cuya casa se hospedó Ligia.

—¿Y cristiano?

El joven dirigió una mirada interrogativa á Vinicio, pe-