ro observando que éste se hallaba en oración, levantó la cabeza y dijo: —Sí, señor, soy cristiano.
—¿Cómo es que puedes entrar libremente en la prisión?
—Me tomaron para la faena de transportar cadáveres; y acepté el oficio á fin de poder así ayudar á mis hermanos y llevarles noticias de la ciudad.
Petronio miró con más atención el rostro bien parecido del muchacho, sus azules ojos y sus cabellos negros y abundantes.
—¿De qué país eres, joven?—preguntó.
—Soy galileo, señor.
—¿Y quisieras ver libre á Ligia?
El joven alzó los ojos al cielo, y contestó: —Sí, aunuue hubiera de morir yo después.
Terminó entonces Vinicio su oración, y dijo: —Di á los guardianes que la coloquen en un ataud como si estuviese muerta. Y tú, busca algunos hombres pue puedan ayudarte á sacarla durante la noche. Cerca de las «fosas pútridas» (fosa común) habrá gente aguardándote con una litera. A ellos les darás el ataud. Promete á los guardianes de parte mía todo el oro que puedan llevar en sus mantos.
Y en tanto que así hablaba el joven tribuno, advertíase que de su rostro se había disipado la expresión de estupor que últimamente se viera en él; y renacía el antiguo soldado, á quien la esperanza le había devuelto ahora su ha bitual entereza.
A Nazario se le encendió el semblante por la alegría y levantando los brazos al cielo exclamó: —¡Quiera Cristo volverla á la salud, porque luego estará libre!
—¿Piensas tú que los guardianes han de consentir?preguntó Petronio.
Ellos, señor? sí, con tal que estén seguros de escapar al castigo ó á la tortura.