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QUO VADIS

que en aquella deidad apócrifa, cuya frente á la sazón iluminaron los rayos de la luna, veía retratadas las facciones de Ligia.

Las muchachas cercaron al punto á Vinicio y empezaron luego á dar vertiginosas vueltas en derredor suyo. En seguida, queriendo evidentemente incitarlo á que corriese tras ellas, de súbito huyeron presurosas, cual manada de ciervas.

Pero el joven permaneció como enclavado en aquel sitio, palpitante el corazón, sin aliento casi; porque, aun cuando habíase convencido de que Diana no era Ligia y de que, vista de cerca, ni aun se le parecia, la impresión demasiado fuerte que acababa de sufrir, habíale dejado casi exánime.

Y en el instante mismo se halló dominado por un anvehe nte, profundo, insuperable; y el amor de Ligia invadió su pecho con el poder avasallante y ensordecedor de una onda inmensa.

Jamás la joven habíasele representado á la mente más amable, más pura y digna de adoración, que en medio de aquel bosque poblado de los rumores de una desenfrenada locura y de un desbordamiento frenético.

Un momento antes había deseado él mismo apurar esa copa, tomar parte en ese vergonzoso abandono sensual; mas ahora dominábale una impresión de invencible dis gusto y repugnancia. Sentía que le asfixiaba aquel ambiente de infamia; su pecho ansiaba respirar el aire puro y sus ojos ver las estrellas que á la sazón ocultaba la espe sura de aquel siniestro arbolado.

Y resolvió huir de all; mas apenas había empezado á poner en práctica su propósito, notó que delante de él se alzaba una figura velada, quien le puso las manos sobre los hombros y le dijo al oído, en tanto que al rostro de Vinicio llegaba como una oleada de fuego su quemante aliento: —¡Te amo! ¡Ven! Nadie nos conocerá; ¡apresúrate!