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QUO VADIS

sus pálidos semblantes acongojados y miraron al hombre que tal decía.

Y él se dirigió entonces á la barrera que rodeaba al Circo y les bendijo con la señal de la cruz.

Crispo extendió la mano como para fulminar contra él una terrible amenaza: pero al reparar en el semblante de aquel hombre, bajó el brazo, doblaronsele las rodillas y murmuró á media voz: —Pablo el Apóstol!» Con gran asombro de los sirvientes del Circo, todos los que no habían sido aún enclavados en sus cruces, arrodilláronse también.

Pablo volvióse entonces á Crispo y le dijo: —No les amenaces, Crispo, que en este dia todos ellos serán contigo en el Paraíso. Piensas tú que pueden verse condenados. Mas, ¿quién los condenara? ¿Los condenará Dios, que ofreció por ellos á su Hijo? Cristo, que murió por salvarlos, los condenará ahora que mueren por su nombre? ¿Y cómo es posible que Aquel que es todo amor condene? ¿Quién podrá acusar á los elegidos de Dios?

¿Quién podrá decir de esta sangre, que es maldita?

—Yo he aborrecido el mal,—dijo el anciano sacerdote.

—El precepto de Cristo que ordena amar á los hombres, prevalecerá siempre sobre aquel que ordena aborrecer el mal; porque la religión de Cristo no impone el odio, sino el amor.

—¡He pecado en la hora de la muertel—contestó Crispo golpeándose el pecho.

El encargado de los asientos se acercó al Apóstol y le preguntó: —¿Quién eres tú, que así hablas á los condenados?

—Soy ciudadano romano, contestó Pablo con tranquilo acento.

Y volviéndose de nuevo á Crispo, le dijo: —Ten confianza, porque el de hoy es día de misericordia; y muere en paz, siervo de Dios.

Los negros se acercaron en ese momento á Crispo á fin