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QUO VADIS

de colocarlo en la cruz; pero él miró de nuevo en derredor suyo y exclamó: —Hermanos míos, jorad por mil Su semblante había perdido ya su severidad habitual y sus duras facciones se habían suavizado, tomando una expresión de tranquilidad y de dulzura. El mismo extendió los brazos en la cruz á fin de facilitar la tarea de sus verdugos, y dirigiendo la vista al cielo, empezó á orar fervorosamente.

Parecía no sentir ya nada; porque cuando penetraron los clavos en sus manos no agitó su cuerpo ni el más leve extremecimiento, ni en su semblante se advirtió la menor contracción de dolor. Y seguía orando cuando levantaron su cruz y empezaron á pisonear la tierra al rededorde ella.

Solamente cuando las multitudes vinieron á llenar de nuevo el anfiteatro con sus gritos y sus risas, frunció un tanto el ceño, cual si le indignara que aquel pagano pueblo llegase á perturbar la tranquilidad y la paz de una dulce muerte.

Ya todas las cruces habían sido levantadas, de manera que en la arena formaban, por decirlo así, una especie de bosque de maderos de los cuales pendían otros tantos hombres.

Sobre los brazos de las cruces y sobre las cabezas de aquellos mártires daban los rayos del sol; pero en el Circo se proyectaba una sombra densa que se diría formaba una especie de cendal obscuro al través del cual brillaba tenuemente la dorada arena.

En aquel triste espectáculo, el deleite infernal de la concurrencia se hallaba concentrado en la contemplación de las agonías de una lenta y prolongada muerte.

Jamás, antes de aquel momento, habían visto ojos humanos una cantidad mayor de crucifixiones. La arena se encontraba tan densamente cubierta de cruces, que los sirvientes movíanse con dificultad al rededor de ellas.