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QUO VADIS

que abrigabas el anhelo de llegar hasta mí. Y ahora el Redentor me ha vuelto el sentido por un momento, á fin de que podamos darnos el adios supremo. Me voy hacia El, Marco, pero te amo y te amaré siempre!

Vinicio pudo al fin dominarse; ahogó heróicamente su dolor, y empezó á hablar con voz á la cual se esforzó por dar serenidad y firmeza.

—No, Ligia mía, tú no morirás,—la dijo.—El Apóstol me ordenó que tuviera fe y me prometió que rogaría por ti. El conoció á Cristo; Cristo le amó y no querrá desoir su plegaria. Si hubieras tú de morir, Pedro no me habría mandado que tuviera confianza; pero él me dijo: —Ten fel» ¡No, Ligial Cristo tendrá misericordia de tí. El no quiere tu muerte. El no la permitirá. Te juro por el nombre del Redentor que Pedro está orando por tí.

Sucedióse un momento de silencio; la única linterna que pendía sobre la puerta de entrada se acababa de extinguir, pero por la ventana penetraban los rayos de la luna. En el ángulo opuesto del sótano, un niño daba gemidos ahogados. Desde fuera venían las voces de los pretorianos, quienes, después de haber hecho su turno de servicio, jugaban al pie de la muralla al scriptæ duodecim.

—¡Oh, Marcol—replicó Ligia.—El mismo Cristo dijo á su Padre: «Aparta de mis labios este amargo cáliz;» y sin embargo, lo apuró. El mismo Cristo pereció en la cruz, y millares de confesores están ahora muriendo por El. ¿Porqué entonces habría de exceptuarme á mí? ¿Quién soy xo, Marco? Al propio Pedro le he oído decir que él también moriría en tortura. ¿Quién soy yo, al lado de Pedro?

Cuando los pretorianos fueron en busca de nosotros, temí por un momento á la tortura y á la muerte, mas ahora ya no les temo. Mira qué terrible prisión es ésta, pero yo me voy al cielo.

Piensa que el César está aquí, pero allá está el Re-