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QUO VADIS

dentor, bueno y misericordioso. Allá no hay tortura ni muerte. Tú me amas: piensa entonces cuán feliz voy á ser. ¡Oh, mi bien amado Marco! ¡Piensa que allí nos reuniremos!

Aquí se detuvo para tomar el aliento de que había menester su pecho enfermo, y llevando á los labios las manos del joven, dijo: —¿Marco?

—Amada mía?

—No llores por mí. Ten esto presente: allí estaremos juntos. Bien poco tiempo he vivido; pero Dios me dió tu alma. Diré, pues, á Cristo que al morir yo, tú estabas cerca de mí, presenciando mi muerte, y que aún cuando ella te causó profunda congoja, tú no blasfemaste contra El, tú acataste su voluntad y seguiste amándole siempre. Y le amarás, ¿no es así? y sufrirás con paciencia mi muerte.

Porque El nos ha de unir allá. ¡Te amo y deseo estar contigo en el cielo!

Faltó de nuevo el aliento á la joven y dijo luego, con voz casi imperceptible: —¡Prométeme ésto, Marcol Vinicio la abrazó temblando y dijo: —¡Por tu adorada cabeza, lo prometol Y en el pálido rostro de la joven pudieron verse entonces, á la triste luz de la luna, unas como suavisimas irradiaciones de felicidad ultraterrena, y una vez más llevó á sus labios la mano de Vinicio, y murmuró como en leve susurro: ¡Soy tu esposal Del otro lado del muro, los pretorianos que estaban jugando al scriptoe duodecim; tenían á la sazón un altercado; pero Vinicio y Ligia en esos momentos habían olvidado la prisión, los guardias y el mundo entero, y sintiendo dentro de su alma un batir de alas de ángeles, hallábanse entregados a las inefables fruiciones de una férvida plegaria,