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QUO VADIS

Reinaba el silencio en derredor; y estaban á la sazón vacíos los jardines, pues los esclavos habían removido ya los carbonizados pilares y los cuerpos de los mártires.

Chilo se arrodilló entre sollozos, y ocultando el rostroen las manos, permaneció inmóvil.

Pablo entretanto levantó los ojos al cielo, y dijo: —¡Oh, Señor! mira á este hombre desdichado; apiádate de su dolor, de sus lágrimas y de sus sufrimientos! ¡Oh, Dios de bondad, que has derramado tu sangre por nuestras culpas, perdónale por tu tormento, por tu muerte y tu resurrección!

Y guardó silencio luego, permaneciendo largo tiempo con la vista fija en las estrellas y orando.

Entretanto, á sus pies clamaba Chilo entre gemidos: —¡Oh, Cristo! ¡Oh, Cristo!... [perdóname!...

Pablo se aproximó entonces á la fuente, y tomando un poco de agua en la mano, volvióse al infeliz arrodillado á sus pies, y dijo: —Chilo!... ¡Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Amén!

El griego alzó la cabeza, abrió los brazos y permaneció así por algunos momentos.

La luna daba á la sazón de lleno sobre sus cabellos blancos y su rostro igualmente blanco, tan inmóvil ahora como el de un muerto ó el de una estatua de piedra.

Y entretanto habían pasado las horas, y desde las grandes pajareras de los jardines de Domicio, llegaba hasta Pablo y Chilo el canto de los gallos.

Y el griego continuaba arrodillado y sin movimiento.

Por último pareció volver en sí, y dirigiéndose al Apóstol, preguntó: —¿Qué debo hacer antes de morir?

Estas palabras hicieron salir también á Pablo de la meditación que le tenía abstraído. Pensaba en el inmenso poder divino, al cual no habían osado resistir ni siquiera espíritus como el de este griego. Por último, contestó:

Tomo II
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