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QUO VADIS

su actual disposición de ánimo,—se le ha de resistir y entonces cierta será su ruina y acaso también la mía, precisamente porque soy yo su pariente y porque la Augusta, envolviendo en su odio á mi familia entera, pondría del lado de Tigelino todo el peso de su influencia. Por cualquiera de ambos rumbos, el asunto presenta mal aspecto.

Petronio era hombre valeroso y no tenía miedo á la muerte; pero desde que ésta nada le ofrecía, no sentía el menor deseo de hacerla venir tan pronto.

Así, pues, al cabo de largas meditaciones, decidió por fin que sería más conveniente y más seguro envíar á Vinicio á un viaje fuera de Roma. ¡Ah! Y si en adición pudiera darle á Ligia para el camino, lo haría con la mayor satisfacción. Y extendería entonces por el Palatino la noticia de una nueva enfermedad de Vinicio, alejando así el peligro de la cabeza de su sobrino y de la propia.

La Augusta ignoraba si había sido reconocida por Vinicio; probable era, pues, que supusiera que no se hallaba en descubierto, y en tal caso no habría su vanidad sufrido gran cosa hasta entonces. Pero la situación podría modificarse en lo porvenir y era necesario evitar el peligro.

Petronio deseaba ante todo ganar tiempo, comprendiendo que apenas el César hubiera partido para la Acaya, Tigelino, de suyo incompetente en materias de arte, vendria á quedar allí en segundo lugar y perdería su influencia.

En Grecia, Petronio estaba seguro de triunfar sobre cualquier otro rival.

Entretanto decidió velar sobre Vinicio é instarle á que apresurara su viaje.

Durante varios días estuvo hasta meditando en que si llegase á obtener del César un edicto, por el cual se hiciera salir de Roma á los cristianos, Ligia abandonaría la ciudad en unión de los demás confesores de Cristo y tras de ellos iría también Vinicio. Y entonces no habría necesidad de emplear con él recurso alguno de persuación. La