cosa en sí misma era posible. En efecto, no hacía todavía mucho tiempo, y con motivo de perturbaciones suscitadas por los judíos en odio á los cristianos, Claudio, en la imposibilidad de distinguir á los unos de los otros, había expelido á los judíos. ¿Por qué no haría Nerón lo propio con los cristianos? Sin ellos habría más espacio, más tranquilidad en Roma.
Después de aquella «fiesta flotante», Petronio vió todos los días á Nerón, tanto en el Palatino como en otras casas.
Sugerirle la medida ideada éra fácil, porque el César jamás rechazaba indicación alguna que pudiera traer perjuicio ó ruina á los demás.
Tras de mucha deliberación, Petronio dispuso minuciosamente los detalles de su plan. Prepararía una fiesta en su propia casa y en medio de ella persuadiría al César á ue expidiera el edicto; y hasta le asistía la esperanza, en modo alguno infundada, de que el César le confiase la ejecución de ese edicto. Enviaría por ejemplo á Ligia á Bayas, con todas las consideraciones debidas á la amante de Vinicio, suministrando así á los jóvenes la oportunidad de que allí se amaran y se entretuvieran con sus prácticas cristianas todo el tiempo que quisieran.
Entretanto, empezó á visitar con frecuencia á Vinicio; primero, porque a pesar de todo su egoismo romano, érale imposible prescindir de su inclinación hacia el joven tribuno, y en seguida, porque deseaba persuadirlo á que hiciera el viaje.
Vinicio fingióse enfermo y no se dejó ver en el Palatino, donde cada día se proyectaban nuevos planes.
Por último, Petronio escuchó de los propios labios del César que dentro de tres días partiría sin falta para Aucio.
A la mañana siguiente á primera hora fué á dar noticia de ello á Vinicio, quien le mostró una lista de las personas invitadas á Ancio, lista que le había traído aquella propia mañana uno de los libertos del César.
—Mi nombre figura en ella, y también el tuyo,—dijo &
