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QUO VADIS

gotas de sudor y debatíase á la sazón entre las propias dudas que asaltaban á los demás espectadores, sintiéndose por añadidura dominado por una cruel y profunda zozobra.

No sabía Petronio lo que iba á suceder, y guardaba silencio, excepto en un momento en que volviéndose del lado de Nerva hacia el de Vinicio, preguntó á éste, primero, si estaba dispuesto á todo, y en seguida, si pensaba quedarse hasta el fin del espectáculo.

A estas dos interrogaciones el joven tribuno contestó afirmativamente, pero un estremecimiento recorrió todo su cuerpo; adivinó que Petronio tenía razón para hacer ambas preguntas.

Por espacio de algún tiempo no había vivido, decirse puede, sino con la mitad de su sér: habíase hundido ya en las profundidades del no existir y reconciliádose á la vez con la idea de la muerte de Ligia, desde que la una y la otra muerte sinónima eran de liberación y de matrimonio.

Pero ahora se trataba de otra situación, y pudo convencerse de que una cosa era pensar en el momento postrero, cuando se hallaba distante, como en una tranquila transición de la vigilia al sueño, y otra, ser testigo del tormento de una persona más amada que la propia vida.

Todos los sufrimientos que antes había soportado, parecieron revivir en él. La desesperación que en su alma se había calmado un tanto, ahora volvía á despertar en ella con voces angustiosas; el antiguo deseo de salvar á Ligia á toda costa se apoderó nuevamente de él.

Desde esa propia mañana había intentado penetrar á los cunicula, á fin de estar cierto de que allí se encontraba ella; pero los pretorianos custodiaban todas las entradas y tenían órdenes tan estrictas, que ninguno de los soldados, aun de los que él conocía, se había dejado ablandar por dinero ni por súplicas.

Y antojábasele al joven tribuno que la incertidumbre le