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QUO VADIS

Habíasele puesto palido el semblante, tenía apegados al cuello y chorreando sudor los cabellos y sus hombros y brazos veíanse inundados de agua.

Por espacio de breves instantes permaneció de pie, cual si estuviera consciente sólo á medias; en seguida alzó los ojos y miró hacia los espectadores.

El anfiteatro se hallaba presa de una locura delirante.

Las murallas del edificio temblaban ante el rebramar estruendoso de decenas de miles de individuos.

Desde el principio de los juegos no se tenía noticia de que jamás hubiera habido en el Circo una excitación semejante.

Los que se hallaban sentados en las filas de la parte más alta del anfiteatro bajaron, formando un tumulto apiñado en los pasillos que separaban las bancas, á fin de contemplar más de cerca aquel potentado de la fuerza.

De todas partes dejáronse oir gritos de gracia, gritos apasionados y persistentes, que pronto se convirtieron en un continuado trueno.

El gigante había llegado á ser el favorito de aquel pueblo enamorado de la fuerza física: era ya el primer personaje de Roma.

Ursus comprendió por fin que la multitud estaba haciendo esfuerzos para concederle la vida, y tornarle á la libertad, pero evidentemente su pensamiento no se detenía tan sólo en si propio. Así, pues, paseó la vista en derredor por algunos instantes; luego se aproximó al podium del César y sosteniendo el cuerpo de la doncella entre sus brazos extendidos, alzó hacia él los ojos suplicantes, como diciendo: —Ten misericordia de ella! ¡Salva á la doncella! ¡Por ella he luchado!

Los espectadores comprendieron al punto lo que Ursus pedia.

A la vista de la desmayada doncella, quien junto al enorme ligur veíase como tierna niña, la emoción se apo.