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QUO VADIS

y salvas á las víctimas arrancadas á la iniquidad del Cé sar fué inmenso y acrecentóse todavía mas cuando el mé dico Teocles declaró que Ligia no había sufrido gravemente, y que una vez pasada la debilidad ocasionada por la fiebre de la prisión, recobraría la salud.

Esa misma noche volvió á los sentidos.

Y al despertar en aquella espléndida cámara iluminada por lámparas corintias y en la cual se aspiraba el aroma de la verbena y el nardo, no supo en dónde se hallaba, ni qué pasaba por ella.

Recordaba solo el momento en que la habian atado á los cuernos del encadenado toro; de manera que al ver sobre ella el rostro de Vinicio iluminado por el suave fulgor de la lámpara, se imaginó que ya no se hallaba en la tierra.

Confundíanse las ideas en su debilitado cerebro y pareciale natural encontrarse detenida en su camino hacia el cielo, á causa de sus torturas y su enervación.

Pero, no sintiendo á la sazón ningún dolor, sonrió á Vinicio é intentó preguntar dónde se hallaban ambos; pero de sus labios salió apenas levisimo susurro, entre el cual apenas si pudo el joven tribuno adivinar la modulación apagada y tenue de su propio nombre.

Entonces arrodillóse junto á su lecho y poniendo ligeramente una mano en la frente de la joven, dijo: —¡Te ha salvado Cristo y te ha devuelto á mi amor!

Moviéronse con suavidad los labios de la joven como en otro imperceptible susurro, cerró al cabo de breves instantes los ojos, levantóse su virginal seno al exhalar un suspiro leve, y cayó en el profundo sueño que había estado aguardando el médico, y después del cual aseguraba que tornaría la enferma á la salud.

Vinicio, empero, continuó arrodillado junto á ella, y abismado en fervorosa plegaria.

Su alma hallábsse, á la sazón, encendida en un amor tan inmenso y absorbente, que parecía estar del todo aje.