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QUO VADIS

no á todo cuanto le rodeaba y aún á su propia existencia.

Teocles volvió repetidas veces á la estancia; Eunice, la de los áureos cabellos, también alzó á menudo la cortina y dejóse ver al través de ella; por último, las grullas del jardin empezaron á dar al aire el canto con que anunciaban el nuevo día; y Vinicio, entre tanto, seguía abrazando espiritualmente los pies de Cristo, sin ver ni oir lo que en derredor pasaba; con el corazón convertido en una intensa acción de gracias, en una fervorosa ofrenda de sacrificio, en una ardiente llama de amor; en una palabra, embargado por un éxtasis tan profundo, que aún cuando el cuerpo de aquel hombre alentaba en la tierra, encontrábase á la sazón su alma en el cielo.

CAPÍTULO LXVII

No deseando Petronio, después de la liberación de Ligia, irritar al César, volvió al Palatino con otros de los augustianos.

Deseaba oir lo que dirían, y especialmente saber si Tigelino se proponía discurrir algún nuevo plan para destruir á la joven.

Cierto era que tanto ella como Ursus habíanse salvado protegidos por el pueblo y que nadie podria levantar ahora una mano sobre ambos sin promover un levantamiento; empero, Petronio, conocedor del odio que hacia él sentía el todopoderoso prefecto de los pretorianos, temía á la emergencia de que Tigelino, en la imposibilidad de herirlo á él directamente por el momento, hiciera todo esfuerzo por encontrar algún medio de vengarse en su sobrino.

Nerón sentíase lleno de ira y encono por haber terminado el espectáculo de una manera diferente y contraria á su designio.

Al principio, ni aún quiso mirar á Petronio; pero éste, sin perder su sangre fría, acercósele con todo el desambarazo de acción y movimientos que distinguían al «arbiter elegantiarum» y le dijo: