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QUO VADIS


CAPÍTULO LXIX

Al rayar el alba del día siguiente dos personas envueltas en ropajes obscuros se dirigían por la Via Apia en dirección á la Campania.

Uno de ellos era Nazario; el otro el Apóstol Pedro, que abandonaba á Roma y á sus correligionarios.

El firmamento, por el Oriente, dejaba ver unos ligeros tintes de color de esmeralda, que presentaban en sus bordes y más distintamente en su parte inferior unos reflejos azafranados.

Los árboles con sus hojas plateadas; el blanco mármol de las casas de campo y los arcos de los acueductos que se extendían por la llanura hacia la ciudad, iban [poco á poco emergiendo de entre las sombras fugitivas de la moribunda noche.

Y los pronunciados tintes de color de esmeralda del firmamento ibanse aclarando por grados y mezclándose con brillantes franjas de oro.

Luego en la misma dirección se vieron surgir unos reflejos róseos, los cuales al irradiar sobre los Montes Albanos presentaban un cuadro de maravillosa belleza, pues aquellas alturas velanse rodeadas de nimbos de color de lirio y como abrasadas en un fantástico incendio.

Su luz reflejábase asimismo en las temblantes hojas de los árboles y en las gotas de rocío.

Y la niebla matinal fué haciéndose más y más sutil y abriendo al través de su transparente cendal vistas cada vez más hermosas y amplias de la llanura, de las casas que la surcaban, de los cementerios, de las poblaciones y de las arboledas, en medio de las cuales surgian descollantes las blancas columnas de los templos.

El camino se hallaba desierto.

Era evidente que los aldeanos que traían al amanecer verduras á la ciudad no habían empezado aún á colocar