preocupación, al escuchar los ruegos de aquel último puñado de fleles.
Estos, rodeándole en circulo cada vez más estrecho, le repetían con suplicante voz: ¡Ocultate, Rabi (Maestro), y condúcenos fuera del poder de la «Bestial » Finalmente, el mismo Lino inclinó hacia él su torturada cabeza y le dijo: —¡Oh, Señor! El Redentor te mandó que apacentaras sus ovejas, pero esas ovejas ya no están aquí, ó no estarán mañana; vé, entonces, á donde puedas todavía encontrar algunas. La palabra del Señor sigue vibrando aun en Jerusalen, en Antioquia, en Efeso y en otras ciudades. ¿Qué harás tú permaneciendo en Roma? Si caes, irás simplemente á engrosar el triunfo de la «Bestia». El Señor no ha señalado el límite de la vida de Juan; Pablo es un ciudadano romano, á quien no pueden condenar sin previo juicio; pero, si el poder del infierno se levanta contra tí, joh Maestro!, aquellos de nuestros correligionarios, cuyos corazones han sido ya invadidos por el desaliento, se preguntarán entonces: —¿Quién es capaz de sobreponerse á Nerón?» Tú eres la roca sobre la cual se halla edificada la iglesia de Dios.
Muramos nosotros, en buena hora, mas no permitamos que triunfe el Anticristo sobre el Vicario de Dios; y no vuelvas á esta ciudad hasta que el Señor no haya aplastado la cabeza de quien derrama la sangre de tantos inocentes!
—¡Mira nuestras lágrimas!—repitieron entonces los presentes.
Y á la sazón había también lágrimas en los ojos de Pedro.
Al cabo de algunos instantes levantóse, y extendiendo las manos sobre todos aquellos fieles arrodillados á sus pies, dijo: —Sea ensalzado el Santo Nombre del Señor y hágase su voluntad!