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QUO VADIS

rría eso tan amenudo, y Petronio había sabido disiparlas con tanta frecuencia mediante una simple frase audaz, que nadie pensaba sériamente en que pudiera estarle amenazando un grave peligro.

Y su rostro alegre, su sonrisa habitual y su elegante despreocupación de siempre, confirmó á todos sus regocijados huéspedes en aquella opinión.

La hermosa Eunice, á quien había manifestado su propósito de morir en calma y para quien cada palabra de Petronio era como una sentencia del Destino, mostraba también en sus facciones una tranquilidad perfecta y en sus ojos ún extraordinario y primoroso brillo, que bien podría tomarse como indicio de contentamiento.

En la puerta del triclinio, unas doncellas que llevaban aprisionados los cabellos en redes de oro, colocaban guirnaldas de rosas sobre las cabezas de los invitados y les advertían, como era de rigor, salvaran los umbrales de la es tancia adelantando en primer lugar el pie derecho.

En el vestíbulo se notaba el perfume de las violetas; y las lámparas eran de cristal de Alejandría, de varios colores.Al lado de los lechos triclinarios había doncellas griegas cuya ocupación era perfumar los pies de los invitados.

Y se hallaban asimismo en su sitio los citaristas y los cantantes atenienses, prontos á dar principio á una señal de su director.

El servicio de la mesa era de un esplendor exquisito, y por lo mismo ni ofendía á la vista, ni la ofuscaba: veíase como un accesorio natural de aquella opulenta mansión.

Y una atmósfera de alegría y de libertad se respiraba alli junto con el aroma de las violetas.

Los invitados, al penetrar en aquella estancia, sentíanse libres de preocupaciones y cuidados, á diferencia de lo que ocurría en la casa del César, en donde un huésped bien podía pagar con la vida un elogio insuficiente ó inadecuado.