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QUO VADIS

—Permaneced tranquilos y contentos, y desechad todo tomor. Ninguno de vosotros necesita jactarse de haber oido la lectura de esta carta. Yo me jactaré de ella solamente con Caronte, cuando vaya cruzando por la laguna, en su compañía y en su barca.

Hizo en seguida una seña al médico griego y extendió el brazo.

El hábil facultativo, en un abrir y cerrar de ojos, le abrió una vena en la articulación del brazo.

La sangre borbotó sobre la almohada y cayó sobre Eunice, quien sosteniendo la cabeza de Petronio se inclinó hacia él y dijo: —¿Pensaste que yo te abandonaría? Aún cuando los dioses hubieran de darme la inmortalidad, y el César el dominio del mundo, te seguiría siempre.

Petronio sonrió, se incorporó un tanto, suyos los labios de su amante, y dijo: con los —Ven conmigo.Eunice extendió entonces su róseo brazo al médico, y un instante despuéa, la sangre de ella empezaba á mezclarse y confundirse con la sangre de él.

En seguida hizo Petronio una señal á los músicos, y de nuevo escucháronse las voces juveniles y los sones de las citaras.

Cantaron primero «Harmodio;» en seguida la canción de Anacreonte,—en que éste se queja que un tiempo encontró al tierno hijo de Venus Afrodita, lloroso y aterido bajo unos árboles; que le dió abrigo y calor, y secó sus alas, y en pago el ingrato niño atravesó con un dardo su corazón, y desde ese instante, la paz había abandonado al poeta.

Petronio y Eunice, reclinados el uno junto á la otra, hermosos como dos divinidades, escuchaban, palideciendo de tanto en tanto.

Terminada esa canción, Petronio hizo servir mas vino y nuevos manjares; conversó luego con los invitados que te-